Más activos, más solidarios y dispuestos a tomar antes las riendas de su vida pese a que la crisis económica se lo pone más difícil. El informe Juventud en España 2008 muestra signos de una reacción de la juventud frente a los síntomas de pasividad tantas veces invocados en las últimas décadas.
Pese a los bajos salarios, un 40% de los menores de 29 años están emancipados, un 5% más que en la encuesta anterior. Y aunque persisten síntomas de inmadurez, como la escasa conciencia del riesgo al mantener relaciones sexuales sin protección, los resultados de la encuesta interpelan sobre todo a los poderes públicos. El hecho de que sólo un 18% de los jóvenes se declare interesado por la política, un 5% menos que en 2004, les obliga a una reflexión. ¿Qué se ha hecho mal para llegar a este grado de inhibición y desconfianza?
Las razones serán múltiples, pero seguramente guardan relación con las causas que han desencadenado las movilizaciones estudiantiles de las últimas semanas contra el plan Bolonia de las universidades. Aunque en buena parte se basan en creencias erróneas sobre lo que este plan representa (un intento de creación de un espacio europeo de educación superior), lo cierto es que la propia movilización revela errores en los mecanismos de legitimación de las reformas emprendidas por el Gobierno.
El sistema universitario español había llegado, salvo excepciones meritorias, a un grado tal de esclerosis e inmovilismo que le sitúa en los últimos puestos en los estudios internacionales de calidad, lejos de lo que correspondería a la octava potencia económica mundial. El último conocido, el que emite el Lisbon Council de Bruselas sobre los sistemas educativos superiores de 15 países europeos, EE UU y Australia, no puede dejarnos en peor posición: España figura en el último puesto y queda especialmente malparada en tres parámetros imprescindibles para poder ser alguien en el mundo globalizado: inclusividad (número de titulados en relación con la población en edad de estudiar), efectividad (capacidad de producir titulados de acuerdo con las necesidades de la sociedad) y reacción, es decir, capacidad de reformarse.
La Universidad española necesita reformas con urgencia. Pero para que resulten eficaces necesita también que los poderes públicos hagan un esfuerzo de pedagogía para explicarlas. El anuncio de una campaña para explicar el proceso de Bolonia es una buena iniciativa, pero que se haya producido con las manifestaciones de protesta ya en la calle revela falta de reflejos en la defensa tanto de ese proceso como de las demás reformas, y tanto en relación con los estudiantes como con los docentes, principales transmisores de la información.
Los estudiantes deben entender que sin una Universidad exigente, que valore el esfuerzo, atenta a las necesidades de la sociedad, capaz de innovar y de convertirse en un agente de dinamización económica, los títulos por los que se esfuerzan y pelean en sus movilizaciones no tendrán el valor que reclaman. Cuidado con tirar piedras sobre el propio tejado.