Jesus Valencia Educador Social
Reconocimiento al internacionalismo solidario
Los familiares de presos suelen hablar de estas personas con acendrada gratitud. Tertulias improvisadas al pie de pancarta que constituyen la crónica oral de solidaridades entrañables y útiles. Hablan de personas que viven y militan cerca de las cárceles donde han sido dispersados nuestros presos. Ha comenzado una nueva pantomima. La España imperial, en una de sus muchas arremetidas, capturó a 27 vascas y vascos que ahora están en el banquillo. Los propios encausados dan por hecho que sufrirán cautiverio tras un juicio farsa. Renuncian a la defensa jurídica para desenmascarar tal esperpento y se declaran culpables de haber actuado como defensores de los derechos humanos. El nuevo atropello persecutorio vuelve a poner a prueba la decencia de cada cual. Podría hacerse una larga lista de colaboraciones cómplices, de silencios cobardes, de excusas fatuas... Pero estas líneas van dedicadas a otras personas que de verdad se lo merecen. No son paisanas pero sí compañeras, solidarias con los solidarios, amigas de nuestros presos y de quienes acuden a visitarles. Tan comprometidas, que han ganado un justo reconocimiento en nuestro pueblo. Tan discretas, que sólo el testimonio de los receptores de su solidaridad nos permite descubrirlas.
Los familiares de presos suelen hablar de estas personas con acendrada gratitud. Tertulias improvisadas al pie de pancarta que constituyen la crónica oral de solidaridades entrañables y útiles. Hablan de personas que viven y militan cerca de las cárceles donde han sido dispersados nuestros presos. No citaré sus nombres para preservar la discreción que reclaman y la seguridad que necesitan. Son las herederas incombustibles de unas izquierdas que, aún mermadas, siguen en la brecha. Aman a sus respectivos pueblos tanto como nosotros amamos al nuestro. Y luchan por reafirmar su cultura, su historia y su identidad con el mismo empeño y con menos concurrencia que la que tenemos nosotros. Viven, al igual que los vascos, en el Estado español sin que tengan el más mínimo ramalazo españolista. Por el contrario, se rebelan de mil formas contra un imperio con el que no se identifican y al que activamente cuestionan. Su conciencia antiimperialista y de izquierda las ha introducido en el arriesgado camino del internacionalismo. Ser solidario con otros pueblos lejanos puede aportar una cierta vitola de progresía, pero serlo con los presos etarras es una temeridad: «Si uno llevara un bocadillo a un preso vasco o le visitara en una cárcel cercana -dice acertadamente M.F. Trillo- sería considerado miembro de ese conglomerado garzonista del todo es ETA». Los hechos conforman esta apreciación. Su solidaridad con los nuestros los condenó, desde hace muchos años, a sufrir persecución y hostigamiento. Han asumido, y con ejemplar coherencia, los seguimientos, controles, multas, amenazas, registros domiciliarios, el acoso a sus familiares...
Hace años tuvimos la suerte de compartir con ellas y ellos una fiesta de hermandad que celebramos en Urbina. ¿No podríamos recuperar aquella iniciativa y convertirla en costumbre? Mientras tanto, seguiremos admirando su solidaridad callada y escuchando las crónicas de su abne- gación de la boca de cualquier familiar, en cualquier concentración antirepresiva y junto a la fotografía de cualquier presa.