Una nueva derecha nacionalista se abre camino en Holanda
La nueva derecha holandesa no busca el consenso. Sus líderes, Rita Verdonk y Geert Wilders, dicen sentirse más identificados con el pueblo que con la maquinaria institucional. La primera, ex ministra de Inmigración y hoy jefa del movimiento Orgullosos de Holanda, ha supeditado su futuro programa electoral a los votantes. Tal es su empeño en practicar la democracia directa, que ha abierto en Internet un buzón de sugerencias vinculantes. El Partido por la Libertad de Wilders cuenta con nueve diputados desde 2006 y tiene una meta clara: contener la islamización de su tierra. Según los sondeos, ambos podrían lograr entre 30 y 40 escaños (de los 150 en juego) en 2010.
Aunque Geert Wilders, de 44 años, lleva dos de rodaje político, su entrada en la escena internacional se produjo en marzo con la emisión de la película contra el Corán Fitna (Caos). La comunidad musulmana holandesa no se dejó provocar cuando el filme califica al islam de "ideología fascista", pero Wilders insiste en su rechazo a todas sus señas externas; desde el burka a las mezquitas. También dice representar al holandés medio, "que ve diluirse su identidad ante la pasividad de las autoridades".
Es ahí, en el aparente duelo por la identidad quebrada, donde ha prendido el movimiento de Rita Verdonk. Ella, con 52 años, que como ministra privó del pasaporte a la activista contra el radicalismo islamista Ayaan Hirsi Alí, recorre hoy el país convertida en caja de resonancia de sus compatriotas. "Escucho al pueblo. La mayoría es la que decide, y eso es la verdadera democracia", repite emocionada. También lanza puyas contra la élite a la que perteneció.
"El rebrote de la derecha y de sus extremos en Europa es un fenómeno interesante y desigual. Lo vemos en Bélgica y en Italia, pero no en Alemania y España. En Austria hubo una efervescencia ya apagada, y otros, como el galo Jean Marie Le Pen, se han hundido. Todos comparten un poso nacionalista al que no es ajena una parte de la ciudadanía holandesa. Lo que ocurre es que carecía de auténtica representación política. El líder populista asesinado, Pim Fortuyn, habló en parte en su nombre al criticar la rigidez de los gobernantes. Pero, cuidado, la derecha de Wilders y de Verdonk no se parece a la tradicional. Yo los llamo 'conservadores modernos'. Son capaces de defender la emancipación de la mujer, incluidas las musulmanas, y de denostar las políticas humanitarias de asilo. No son la extrema derecha al uso, pero su Holanda es sólo para holandeses autóctonos", dice Paul Schnabel, director del Instituto para la Investigación Social, organismo independiente que asesora al Gobierno.
En su opinión, Wilders aprovecha de forma más clara el temor hacia los otros que subyace en el nacionalismo. Desde la intolerancia, ha captado la desconfianza del electorado con frases del tipo: "No soy leal a las élites políticamente correctas, sino al holandés honrado". Según los expertos, hasta un 20% de la población recela de forma cíclica de sus distintos Gobiernos, y él pretende convertirse en el abanderado de los descontentos.
Otros estudiosos, como Joep Leerssen, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Ámsterdam, sostienen que el pujante nacionalismo holandés del XIX y XX perdió vigor en los años sesenta "al quedar asociado con el Holocausto". El nacionalismo actual, con su fuerte carga de identidad, simbolizaría la sensación de pertenencia a una sociedad cada vez más individualista.
En el caso de Rita Verdonk concurre otro elemento ausente entre los políticos holandeses de las últimas hornadas. Tiene carisma. "Es una mujer ambiciosa y amable, algo que puede calar entre los votantes. Wilders aparenta menos atractivo, pero no hay que subestimar el valor atribuido a una persona amenazada por islamistas radicales", continúa Schnabel. Luego están los programas. Wilders centra el suyo en el freno a la inmigración musulmana y en el portazo de la UE a Turquía. A la espera de las propuestas del pueblo, Verdonk tiene dos banderas: la reducción de la ayuda al desarrollo y el endurecimiento de la política de integración.